Alguien contó la historia de un hombre que intenta escuchar en las madrugadas el sonido helado de un refrigerador. Luis guardó el recuerdo en un recorte de libreta pautada.
El personaje A. había decidido vivir con su amante hasta el tiempo en que se cuenta esta historia, después de algunos años y pasando por esa especie de calma que se mantiene sólo al principio en una relación de pareja, siente una poderosa sensación de quitar lentamente el brazo de J. que le rodeaba por la cintura. Son 45 minutos pasados de las 12 a.m. El abandono como tema de un relato sin duda se ha repetido a lo largo de la historia en la literatura. Debo decir que, A. era un lector obsesionado de la idea: ausencia. Quita lentamente las sábanas, se levanta intentando no despertar a J., cierra la puerta del cuarto y baja hasta la cocina en donde tiene un sillón frente al refrigerador. A. cuidaba con especial cariño aquel artefacto mecánico. Cada vez que regresaba de algún concierto, compraba un detalle para el
frigo-bar. Está de más decir que A. es un amante de la música. La última de esas veces llevó un pegote de la banda a la que había escuchado, una calcomanía rosa fluorescente que se iluminaba siempre alrededor de la 1 de la madrugada. Ahí estaba A., sentado frente al aparato que mantenía su comida fresca y enfriaba sus bebidas. Creía que por ese simple hecho, el refrigerador debía tener un cuidado especial. Pero algo más allá era lo que en realidad ocurría. El objeto era como un rompecabezas, estaba lleno. Contenía sus recuerdos. Las calcomanías y fotografías no cabían más. Una impresionante saturación de la memoria en papel. A partir de esa noche, cada vez que daba la 1 en su reloj, creía mover el brazo de J, llevarlo cuidadosamente sobre el colchón y entonces empezaba el ritual: bajar, sentarse frente al refrigerador a escuchar el silencio que se congela.Un silencio que contiene toda la idea de la soledad, aquella que se agolpa sobre las sienes encima de una almohada en noches desesperadas.. Pensaba en la idea de mantener por un solo momento contenido al silencio, además del detalle casi fotográfico del frío: una caja minimalista que bien pudo haber servido a
John Cage. Era como mirar a través del espeso vacío del cristal de un vaso. Escuchar como deslizan las letras f z r e e e con la inmobilidad que produce la ausencia de voz -llamándole desde la habitación- y la noche que inunda toda la cocina con el asomo de la luz fría.
Luis abre la libreta pautada y piensa en lo paradójico que es contar esta historia. Escribe símbolos, notas musicales que apuntan a callar. Se da cuenta que su libreta se ha llenado de huecos sonoros, que el silencio le está ganando, que algo empieza a hacerlo perderse en las palabras que no escribe, en la ausencia que recrea, que la
moleskine musical ha empezado a perder su función.
Escribe al fin:
There is no music and you´re freezing.