Más de mediodía de viaje burocrático, hace no menos de un par horas, por alguna razón, me encontré pidiendo una carta de antecedentes no penales, lo más curioso es que el simple hecho de estar ahí, parado frente al sol, y después de hacer ayuno, me hizo sentir como un preso, odio no tender hacia la calma que conocía Kafka o Gombrowicz cuando trabajaron para el gobierno, por mi parte, cada vez que me encuentro en sitaciones límite, así las llamo, el simple motivo de levantarme temprano para enfilar mis pies hacia alguna institución gubernamental, me mata, me deprime. Hoy no pude sino sentirme como suspendido en otro tiempo, veía las caras de la gente que labora en esos espacios, escuchaba su música, que aun reproducida en celulares mp3 no deja de mostrar el paso del tiempo.
Al salir de uno de los edificios y caminar unas calles hacía el siguiente, me topé con un ser muy Borgeano, pasé de frente sin entender la mirada del personaje salido del Zahir, me alcanza el anciano más parecido al otro Borges, y de pronto me dice, "has visto las nuevas monedas" abre su puño carcomido por el tiempo y me muestra una moneda de 20 centavos sin reverso, sólo una placa como de hierro liso, no reparo en el instante y continúo mi camino. Unos pasos más adelante, un joven habla por celular y escucho que dice, a tal ... lo acaban de asustar en el Museo Taller Erasto Cortés, y entonces percibo como un lenguaje cifrado entre lo fantasmagórico, la invisibilidad del reverso de la moneda y el hecho de sentirme detenido como en otro tiempo. Empiezo a caminar de prisa y pienso en mis últimos dos meses que he pasado en su mayoría como un misántropo, aunque el viernes pasado, recuerdo que salí después de estar tres días encerrado en casa con un amigo a beber un par de cervezas y al momento de estar en la salida fumando, de pronto habla de la sensación que le ha producido el estar de viaje, hacer pocas paradas y sentirse ajeno, casi al grado de desaparecer en las ciudades, incluso en ésta que es en donde ahora vive, y lo digo porque alguien que ambos conocemos, nos paso de frente y fue como si no existiéramos, como si de pronto sólo se tratase de la pared, como un par de fantasmas que fuman y únicamente se percibe el olor a tabaco, y después repara, nos mira y nos sonríe. Le comenté en ese momento que el ambiente vago y difuso que percibía en la cantina tenía perfecta concordancia con mi estado de ánimo. Hoy, después del par de encuentros en la calle, decidí no pasar más tiempo en el centro de la ciudad y ahora me encuentro en el refugio de mi casa, donde nada pasa.