Ella quería salir, moverse, dejar atrás algo, no sé, en el fondo sentía la necesidad de trazar, delinear, pero tenía una sensación, un ligero peso. Decidió trabajar, ganar su propio dinero, no importaba mucho el pago, quería sentirse propia de su vida, es decir, quería hacer lo que le viniera en gana, era su tiempo y espacio. Cada noche guardaba un objeto en una peqeña caja, todas las noches lo hacía como ritual, esa idea repetida de borrar a partir de un cosa extraviada, le encantaba. Tenía una tenue luz enfrente de su cama, un libro siempre abierto, una historia encerrada en lata. Un sacacorcho fue esa noche el motivo, un vino con mal recuerdo, una resaca impresionante la acechaba, su lata fue invadida por un corcho Argentino. Otra más, fue un sacapuntas, la carta de despedida a su familia, éste era el detalle de la historia. Una tarde, después del trabajo, se dió cuenta que ya sólo quedaban ella y la extraña lata que ya estaba oxidada, la luz empezaba a perderse, entraba la noche, tenía una ligera idea de quién era, cada fragmento de ella estaba perfectamente acomodado en su caja, toda nostalgia encimada con sus ratos gratos, las lágrimas enterradas con las risas, que de vez en cuando se oían.
Una muchacha en la calle 23, es recogida por una familia, la chica está sucia, ausente y lleva en la mano un lápiz partido por la mitad.
Una muchacha en la calle 23, es recogida por una familia, la chica está sucia, ausente y lleva en la mano un lápiz partido por la mitad.
1 comentario:
La imagen final, de ella sucia, ausente y con un lápiz a la mitad, me gusta. Para alguien obsesivo a quien le gusta guardar, esas cosas aparentemente inservibles, no hay mejor final que un lápiz que no escribe.
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