Hay una condición fractus. El caso del lector no es la excepción. ¿Qué está pasando con la lectura que cada vez se reduce más? Podría llamarlo el malestar del link, la búsqueda perpetua de información. Nos llenamos, sobresaturamos la mente de información y olvidamos que nuestra memoria es espacial, entonces, ¿por qué esa idea de búsqueda concreta en la pantallas de la computadora? ¿por qué no dejarnos perder por los extraños caminos del libro, por la pantanosa senda de historias, por ese peso de las tapas y el olor de sus hojas? Hay una extraña relación que por momentos parece analogía. No lo es. Cuando leemos es bien sabido que nos encontramos en una especie de soledad, nos damos un tiempo para nosotros; sin embargo, el uso de computadoras y celulares, no marca ninguna relación directa con ese espacio solitario, es una soledad cibernética, un vacío saturado de enlaces. Nada tiene que ver.
Fracturemos nuestro entorno cotidiano, demos tiempo a la soledad, al café de las 5 de la tarde frente al libro, saquemos del bolsillo el último ejemplar adquirido y olvidemos el ruido de la ciudad en cualquier parque, adentrémonos en espacios rotos y con esa pedacería armemos nuestra realidad.
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