Partiendo de ciertas especulaciones sobre el origen de la vida y sobre determinados paralelismos biológicos, deduje que, además del instinto que tiende a conservar la sustancia viva y a condensarla en unidades cada vez mayores, debía existir otro, antagónico de aquel, que tendiese a disolver estas unidades y a retornarlas al estado más primitivo, inorgánico. De modo que además del Eros habría un instinto de muerte; los fenómenos vitales podrían ser explicados por la interacción y el antagonismo de ambos...Las manifestaciones del Eros eran notables y bastante conspicuas; bien podía admitirse que el instinto de muerte actuase silenciosamente en los íntimo del ser vivo, persiguiendo su desintegración; pero esto, naturalmente, no tenía el valor de una demostración... De tal manera el instinto de muerte sería puesto al servicio del Eros, pues el ser vivo destruiría algo exterior, animado o inanimado en vez de destruirse a sí mismo...podíase deducir que ambas clases de instinto raramente aparecen en mutuo aislamiento, sino que se amalgaman entre sí, en proporciones distintas y muy variables, tornándose de tal modo irreconocibles para nosotros.El término libido puede seguir aplicándose a las manifestaciones del Eros para discernilas de la energía inherente al instinto de muerte...Aun donde aparece sin propósitos sexuales, aun en la más ciega furia destructiva, no se puede dejar de reconocer que su satisfacción se acompaña de extraordinario placer narcicista, pues ofrece al yo la realización de sus más arcaicos deseos de omnipotencia...el instinto de destrucción debe procurar al yo la satisfacción de sus necesidades vitales y dominio sobre la naturaleza.
domingo, 20 de junio de 2010
Pulsión de muerte
martes, 15 de junio de 2010
Instantánea en la madrugada
Tu cuerpo es una idea que abarca el olor del amanecer
y la extrañeza de otra habitación.
Un huir de la melancolía de mí mismo
mientras me tiro a otros brazos
y escucho palabras que no me hacen sentir;
ella retiró el sostén con mis manos
mientras intentaba abarcar su pequeño mundo privado
desconocido a mi tacto, pero nada pasa.
Salgo del bar por miedo a la cercanía
y me doy cuenta una vez más,
de la proximidad del vacío.
He creado un pretexto para intentar escapar
de mi propio encierro
caminando en una corriente a la que
ya no pertenezco.
Estoy seguro del cliché en el que vivo
lleno de imágenes y tiempos que no pasan,
de caminos inventados, soledades inesperadas;
y al final,
continúo con la idea matizada de mi propio vacío
a las tres de la madrugada
por una calle fría y
reafirmo el hecho de que aún conservo memoria
para encontrar el camino de regreso a casa
y el sentir
se va diluyendo de a poco
cuando siento la tela del frío
que recorre mi cara.