martes, 28 de octubre de 2008
Thirty-second note
silencio en nuestras bocas
lamen y atraviesan labios
intentan hablar
el lenguaje del olvido.
El silencio es una pregunta abierta.
La palabra se demora un instante
se vacía:
saliva en la lengua del otro.
Mi silencio se enfrasca
en una mirada,
fluye en un torbellino incipiente
que cobra un nuevo enfrentamiento:
la distancia.
jueves, 23 de octubre de 2008
Album
old photographs: a hand
or shoulder, out of focus; a figure
in the background,
stepping from the frame.
I see myself, sometimes, in the restless
blur of a child, that flinch
in the eye, or the way
sun leaks its gold into the print;
or there, in that long white gash
across the face of the glass
on the wall behind. That
smear of light
the sign of me, leaving.
Look closely
at these snapshots, all this
Kodacolor going to blue, and you’ll
start to notice. When you finally see me,
you’ll see me everywhere — floating
over crocuses, sandcastles,
autumn leaves, on those
melting snowmen, their faces
drawn in coal; among all
the wedding guests,
the dinner guests, the birthday-
party guests — this smoke
in the emulsion: the flaw.
A ghost is there; the ghost gets up to go.
Robin Robertson
miércoles, 15 de octubre de 2008
Desert
Una mirada se oculta
tiembla
la palabra y toda ella;
el lunar en su cara
moviéndose en un ritmo pausado
del temblor,
y el labio derrite
en humedad el labial.
Comparto mi desierto sin decirlo
las agujas que se multiplican
están ahí en el cuerpo
las cactáceas
sin color; el espacio no se tiñe de rojo
las palabras intentan pintarlo.
Mi respiro corre por un aire oscuro
va de prisa en mis pulmones
dura un día, una semana
corro hacia mi invisible campo de sangre
que ya no tengo
me he convertido en una esquirla del desierto.
No me reconozco
encuentro juegos que deliran
en espejos
descifro el día, le doy un color
y por la noche tiemblo.
martes, 14 de octubre de 2008
Ecuación
I
Qué tendrán los reflejos
que te ocultan
en este ocultamiento
la noche: que todo lo contiene
y que de manera perpetua te silencia.
El murmullo nocturno me despierta.
II
La oscuridad invade, como aullido de perro
en la noche
el sonido se refleja, se mece en los espejos
y es ahí donde busco
ahí donde me pierdo.
III
El cielo se desnudaba ante nosotros
estrellaba su reflejo en tu sonrisa/dilatada.
La oscuridad fragmentada suma todas las ausencias.
Nadie habla solo
hasta el silencio resuena,
escucha
la noche resta, te reclama.
IV
En la suma desmemoriada de las letras,
las cantidades resultan siempre
inexactas
los vectores se alejan
y los polos se repelen
no dejas de mostrarte en la noche
como el resultado incuestionable
de la ausencia.
domingo, 5 de octubre de 2008
La tarde adquiere un tono oscuro
y me quedaba solo con el monstruo opaco
de la ciudad.
Adam Sagajewski
Aquella noche no esperaba que sucediera. Empieza a acostumbrarse, a tomar las cosas tal y como se presentan. La había conocido entre libros, entre plantas y deseos, a través de la palabra; sin olvidar que el deseo es una tensión, que no permanece solo: una cuerda de violín muy bien afinada.
Me voy a Europa, dijo la primera y única noche en que se vieron, en su mente una imagen se proyectó, un deseo que había postergado, que estaba en el olvido. Caminaron cerca del centro antes de llegar al bar, el sitio más común de su vida, el espacio en el que olvida la rutina, siempre había alguien a quien encontrarse, alguna historia que salvaba su día o por lo menos, una nota azul que sale disparada desde la alta bocina del lugar. Clara había sido llevada al encuentro por un conocido, es curiosa la manera en que la vida muestra y prostituye las posibilidades, pensó una vez que se encontraron de frente en el bar. Bebieron un par de cervezas esa noche, después ella comentó que podría acercarlo a casa. La noche se ofrecía ligera y tranquila, se desdoblaba en el adoquín, los reflejos siempre le han gustado; no hacía frío, así que recorrió a pie las calles del centro. El andar a su propio ritmo era una de sus particularidades, jamás le ha gustado perseguir nada, prefiere inventar sus propias esquinas. Recordaba que alguien le había comentado acerca de los Corrales de Comedia, le pareció buena idea ir a conocer ese espacio, además estaba precisamente en el centro de la ciudad, un edificio con más de trescientos años de historia, como tantos lugares cercanos a su andar cotidiano, sólo que éste realmente le intrigaba, se trataba del primer teatro en Puebla. El horario sólo le permitió verlo desde afuera, y crear una puesta en escena mental, seguramente la acústica era buena, pensó esa noche, ya que desde la calle se oían claramente unas voces que provenían de lo que ahora es propiedad privada.
Clara le alcanzó en alguna esquina invitándole a subir al auto, él aprobó la idea, prefería andar a pie, pero el auto era cómodo y con espacio. Avanzaron por la ciudad, varias calles sin aparente rumbo, seguro no iban a casa. Se detuvieron. Platicaron, se presintieron, se besaron, y siguieron hablando en voz muy queda. La noche seguía cayendo a través de los cristales, la humedad se sentía en el ambiente, los primeros rayos del sol empezaron a asomarse como el grito agudo de un orgasmo, en las ventanas se desvanecía la imagen del rocío, compartieron su calor abrazados hasta que la gente empezó a salir a la calle
Ahora, sentado frente a su computadora, escucha como pasa la noche, como los autos que suenan por las calles se llevan una parte del tiempo, un trozo del día, y se pregunta qué hora es en el país en el que vive Clara. Amanece, la distancia se vuelve finita, hay sonidos comunes que unen, incluso los inarticulados, una noche que los inunda a través de las palabras que decidieron guardar, sabe que las noches para Clara ahora se traducen en tardes poblanas, que tendrá que seguir inventando esquinas, que la música en el bar seguirá sonando a destiempo, que la noche llegará por lo menos siete horas más tarde, y se pregunta cuánto tiempo dura afinado un instrumento sin que éste sea tocado.
sábado, 4 de octubre de 2008
Largas tardes
El frío fluía paciente, empujando al mar barcas ociosas.
Eran largas tardes una costa de marfil. Sombras de
en las calles, escaparates con altivos maniquíes
que me miraban a los ojos osados y hostiles.
De los institutos salían los profesores con caras vacías,
como si Homero los hubiese vencido, humillado, matado.
Los periódicos de la tarde traían noticias inquietantes,
pero nada cambiaba, nadie aceleraba el paso.
En las ventanas no había nadie, tú no estabas,
incluso las monjas parecían avergonzarse de la vida.
Eran largas las tardes cuando la poesía se desvanecía
y me quedaba solo con el mounstruo opaco de la ciudad,
como un pobre viajero delante de la Gare du Nord
con una maleta demasiado pesada, atada con un cordel
en la que cae una negra lluvia, de septiembre.
Oh, dime cómo curarse de la ironía, de la mirada
que ve pero que no penetra; dime cómo curarse del silencio.