y me quedaba solo con el monstruo opaco
de la ciudad.
Adam Sagajewski
Aquella noche no esperaba que sucediera. Empieza a acostumbrarse, a tomar las cosas tal y como se presentan. La había conocido entre libros, entre plantas y deseos, a través de la palabra; sin olvidar que el deseo es una tensión, que no permanece solo: una cuerda de violín muy bien afinada.
Me voy a Europa, dijo la primera y única noche en que se vieron, en su mente una imagen se proyectó, un deseo que había postergado, que estaba en el olvido. Caminaron cerca del centro antes de llegar al bar, el sitio más común de su vida, el espacio en el que olvida la rutina, siempre había alguien a quien encontrarse, alguna historia que salvaba su día o por lo menos, una nota azul que sale disparada desde la alta bocina del lugar. Clara había sido llevada al encuentro por un conocido, es curiosa la manera en que la vida muestra y prostituye las posibilidades, pensó una vez que se encontraron de frente en el bar. Bebieron un par de cervezas esa noche, después ella comentó que podría acercarlo a casa. La noche se ofrecía ligera y tranquila, se desdoblaba en el adoquín, los reflejos siempre le han gustado; no hacía frío, así que recorrió a pie las calles del centro. El andar a su propio ritmo era una de sus particularidades, jamás le ha gustado perseguir nada, prefiere inventar sus propias esquinas. Recordaba que alguien le había comentado acerca de los Corrales de Comedia, le pareció buena idea ir a conocer ese espacio, además estaba precisamente en el centro de la ciudad, un edificio con más de trescientos años de historia, como tantos lugares cercanos a su andar cotidiano, sólo que éste realmente le intrigaba, se trataba del primer teatro en Puebla. El horario sólo le permitió verlo desde afuera, y crear una puesta en escena mental, seguramente la acústica era buena, pensó esa noche, ya que desde la calle se oían claramente unas voces que provenían de lo que ahora es propiedad privada.
Clara le alcanzó en alguna esquina invitándole a subir al auto, él aprobó la idea, prefería andar a pie, pero el auto era cómodo y con espacio. Avanzaron por la ciudad, varias calles sin aparente rumbo, seguro no iban a casa. Se detuvieron. Platicaron, se presintieron, se besaron, y siguieron hablando en voz muy queda. La noche seguía cayendo a través de los cristales, la humedad se sentía en el ambiente, los primeros rayos del sol empezaron a asomarse como el grito agudo de un orgasmo, en las ventanas se desvanecía la imagen del rocío, compartieron su calor abrazados hasta que la gente empezó a salir a la calle
Ahora, sentado frente a su computadora, escucha como pasa la noche, como los autos que suenan por las calles se llevan una parte del tiempo, un trozo del día, y se pregunta qué hora es en el país en el que vive Clara. Amanece, la distancia se vuelve finita, hay sonidos comunes que unen, incluso los inarticulados, una noche que los inunda a través de las palabras que decidieron guardar, sabe que las noches para Clara ahora se traducen en tardes poblanas, que tendrá que seguir inventando esquinas, que la música en el bar seguirá sonando a destiempo, que la noche llegará por lo menos siete horas más tarde, y se pregunta cuánto tiempo dura afinado un instrumento sin que éste sea tocado.
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