Eran largas tardes cuando me abandonaba la poesía.
El frío fluía paciente, empujando al mar barcas ociosas.
Eran largas tardes una costa de marfil. Sombras de
en las calles, escaparates con altivos maniquíes
que me miraban a los ojos osados y hostiles.
De los institutos salían los profesores con caras vacías,
como si Homero los hubiese vencido, humillado, matado.
Los periódicos de la tarde traían noticias inquietantes,
pero nada cambiaba, nadie aceleraba el paso.
En las ventanas no había nadie, tú no estabas,
incluso las monjas parecían avergonzarse de la vida.
Eran largas las tardes cuando la poesía se desvanecía
y me quedaba solo con el mounstruo opaco de la ciudad,
como un pobre viajero delante de la Gare du Nord
con una maleta demasiado pesada, atada con un cordel
en la que cae una negra lluvia, de septiembre.
Oh, dime cómo curarse de la ironía, de la mirada
que ve pero que no penetra; dime cómo curarse del silencio.
La invención de la empatía
Hace 4 años
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