Siempre he pensado que el escritor debe crear desde el ras de la lona, tumbado en el ring. A propósito ocupo la idea de Gombrowicz:
En la búsqueda del estilo cualquier actitud debe nacer de la eliminación, nacer, en definitiva, de un empobrecimiento.
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No estoy seguro de haber recordado, sólo encontré una escena en mi mente A. dejó algo olvidado en la ciudad de T. No sé si ya lo sepa, si habrá caído en la cuenta después de muchos años. Para mí esa ciudad árida no había tenido principal interés, fui un par de veces más y en cada llegada sentía que algo se perdía, que algo de mí se quedaba incrustado en alguna partícula del polvo de aquella ciudad. A. quiero pensar, muchos años después, supo que me había olvidado en T.
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Regresé unos dos años después de mi última visita, otro propósito, otra mujer, pero la misma letra inicial componía los nombres. Todo tenía otro tono, a pesar del mismo calor que sigo sintiendo sólo de pensar en la mixteca.
Escribo esto para formarme una geografía. Escribo para moverme por el laberinto, supe cuando leí por primera vez a Christoph Hein que El camino más recto es el laberinto. Sigo pensando en eso.
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Quizá, en el fondo hago esto para olvidarme de mi trabajo de escritura, para olvidar los personajes que uno es cuando escribe y recuperar el suelo en el que se encontraba antes de empezar a teclear la ficción.
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Entonces qué pasó en mi vida. La ciudad, que no es la Cittá, se convirtió en un laberinto de letras, no el trayecto de la A a la Z, sino el regreso deliberado de la A. a la A. pero con todos los matices que recorren el alfabeto. Regresé al inicio, como si el susurro de silencios de una mariposa me orillara a empezar. Volver a tocar el mundo...